domingo, 6 de febrero de 2011

LA COMUNA DE APARICIO - EL BABY FUTBOL Y LA ESCALERA AL CIELO

Con el correr de los días damos por sentado que todos notamos (lectores y no tanto) que el alcohol ha hecho estragos en nuestro columnista, algo que lejos de preocuparnos, nos alegra.
En esta tercer columna, pusimos a prueba la calidad de redacción de un hombre de 70 años bajo los efectos de una bebida prohibida en varios países del cono sur, el famoso "Mac Pay" (bebida berreta pero pegadora) una empresa nada sencilla si se tiene en cuenta que la próstata de este señor es casi inexistente.
Como era de esperarse, este Melense (desconozco si al que viene de Melo se lo llama así, pero calzó justito) no solo termino la botella como si fuera un Caribeño sin diluir, sino que reclamo una segunda ante la mirada estupefacta de los presentes.
Con la segunda botella por la mitad y la mirada perdida, apareció su tercer columna... salud.



Sr, Aparicio Corini



“Cuando sea grande quiero ser doctor” respondió Juancito (nombre trillado pero garpador), cuando la señorita Norma le preguntó acerca de su futuro.  
“¿Y vos Martincito?”, siguió interpelando la maestra, como si realmente le interesara la decisión de cada niño y no lo estuviera haciendo para no tener que fumarse preguntas boludas sobre Artigas 5 minutos antes de que suene el timbre.
“Cuando sea grande quiero ser anestesista” respondió Martincito, visiblemente influenciado por las horas de trabajo a realizar y la posibilidad de rascarse las pelotas un par de meses debido al poder de su sindicato, algo que la señorita Norma supo reconocer y felicitar.
Así fueron pasando los demás compañeritos. Uno quería ser abogado, para poder ponerse un traje y con cara de enojado garcar boludos que no supieran un pomo acerca de leyes de tutelaje y aprender infinidad de vericuetos legales para zafar de alguna que otra investigación por fraude fiscal. Otro quería ser estanciero, para poder hacer un mango, volcarse a la política, llegar a Senador y simular interés social y preocupación por la salud para tener un parking gratis y salir en la tele. Otro quería ser sacerdote, para poder voltearse a dos o tres compañeritas (visiblemente crecidas y a la espera de algún Don Juan que las llevara para atrás de algún tobogán, sitio a tener en cuenta a la hora de llevar adelante situaciones de esta índole) hasta que le explicaron que aunque era una carrera efectiva para lo que él quería, cuando llegara a serlo sus compañeritas ya estarían ensartadas hace rato, lo que hizo que cambiara de opinión y decidiera ser profesor de catequesis, para poder agarrar viaje con alguna pendeja más rápido y sin quemar a la institución católica directamente. De esta manera, uno por uno fueron pasando hasta que le tocó el turno a Robertito.
 “¿Y vos Robertito?”, preguntó la maestra, que a esta altura tenia las pelotas por el piso de escuchar intenciones de vida con justificaciones siniestras y solo pensaba en dónde había terminado por hacerse la pedagoga en el IPA en vez de irse a Brasil, comprar un quincho y vender caipiriña en un solo pedo toda la tarde.
“Yo quiero se jugador de fobal”, respondió Robertito, y toda la clase hizo un silencio papal (que refiere a la suntuosidad y el respeto por el Papa, y no a la gloriosa institución del prado).
“¿Por qué?”, preguntó la maestra (lejos de escuchar lo que Robertito decía, pensaba en las cantidades de lima que lleva la caipiriña, mientras calculaba si era más conveniente plantarlas o comprarlas en algún supermercado local). “Porque papá dice que si llego a jugar en algún lado, manda el laburo al carajo y se va conmigo de…como se dice… ¡representante!”.
La clase entera echó a reír, mientras la maestra, visiblemente afectada por sus meditaciones y viendo a Robertito como posible inversor de su quincho en Ipanema, gritaba “cala boca filos da puta, que si u Robertinho lega a facer o qui seu queri, vai poner um mango para meu quincho”.
Es así, la mera posibilidad de que ese niño que hoy juega en la Cat 00, ex Churrinche (en la época en que uno jugaba en baby futbol, hace bastantes años,  las categorías tenían nombre de animales, como en el estacionamiento del Punta Carretas Shopping) llegue a triunfar en el mercado de pases internacional, lo convierte en una “cuenta bancaria caminante”, o lo que es lo mismo, un activo comercial por demás atractivo. No solo para los padres (que son capaces de no ir a trabajar o no dormir, con tal de que ese niño aprenda a pegarle con las dos piernas,) sino también para otros padres, que hacen el esfuerzo sobrehumano para que ese niño vaya con el suyo a cuanto cumpleaños haya, soñando con que por compartir el mismo vaso o la misma aguja, el suyo también pueda moverla.
El mercado empezó a girar. Robertito jugó en el Estrella del Sur y la hizo de goma. Su padre se compró dos cadenas de oro y una camisa floreada con el cuello abierto hasta el pecho, para poder dar una imagen de terruca con plata, mucho más acorde a un representante que la camisa y la corbata que usaba para trabajar.
 Así fueron pasando los años. Robertito cumplió 15, le pegaba de zurda y de derecha, tenía resistencia para jugar un partido en Bolivia y entró a jugar en la 5ta de Platense. Todo gracias a que papá nunca perdió la esperanza de que él iba a llegar a ser un jugador de primer nivel.
Pero como todo en la vida, la suerte de Robertito tomó un giro insospechado cuando conoció a Laurita. Una chica de 16 años que trabajaba desde los 14 como stripper en un pub de la Ciudad Vieja y que vio en Robertito un futuro crack del futbol mundial y sobre todo, del mercado de pases (una idea tentadora para esta chica que ya estaba cansada de ver borrachos todo el día). Robertito se enamoró perdidamente de ella (a pesar de ser un puton patrio) y dejaba de ir a practicar para ir a verla todos los días.
Con el tiempo, empezó a ver que había algunos señores que iban a ese lugar (el “trabajo” de Laurita), que andaban con las mismas camisas y cadenas que papá, pero que al parecer no eran representantes de futbol, sino representantes de bailarinas. Así, Robertito hizo la lectura correcta de la situación y, llenando de orgullo a su familia y amigos, decidió comprarse una camisa y dos cadenas (como no le daba el presupuesto para las de oro, las compró enchapadas a un peruano muy simpático en la Ciudad Vieja)  con la plata que le daban para los boletos, y empezó a ir al pub con un manguito para repartirlo entre las amigas de Laurita.
A los 18 mandó a cagar al técnico del glorioso Platense y dejó el futbol. Tiene dos minas en un apartamento de la Ciudad Vieja, otra en Asunción (República del Paraguay)  y una boca de pasta en “La Boyada” (donde gracias a los datos proporcionados públicamente por el Ministerio del Interior y según sus cálculos, el mercado no está tan explotado y las posibilidades de expansión son importantes),  lo que lo transformó en uno de los cafillos de aquel pub que lo vio nacer.
A los 22 dejó de caminar y se compró una camioneta que espanta, dos minas en la zona sur de Italia, una estación de servicio (mantenemos la dirección en el anonimato para evitar cualquier tipo de coincidencia) y contrató a Martincito (aquel niño que quería ser abogado y garcar a medio mundo) para explotar sus dotes de enemigo del sistema porque la DGI y el IRPF lo tenía de las pelotas.
Su padre, aunque no entiende en qué momento pasó esto, está feliz porque Robertito le compró una 4x4 y se lo lleva todos los martes a voltear de arriba, conociendo sus gustos, a un trabuco de la vuelta conocido como “Tina” (que no tiene nada que ver con la vistosa Tina Ferreira, de quien tenemos los mejores recuerdos…)
A pesar de que aquella carrera de futbolista se fue al joraca, le abrió las puertas y le permitió llegar a lugares y conocer gente que nunca hubiera podido conocer. ¿Todo gracias a quién? Si señores, al baby futbol. Ese conglomerado de instituciones que lo relegó al más grande de los fracasos como jugador de futbol, pero le presentó un mundo de camisas floreadas y trolas de boliche, del que nunca querrá salir.
Salud Robertito, manda la vuelta…

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